Virgilio Quinde, maestro escultor de la Chola Cuencana: el amor, el arte y la belleza no tienen plazo ni precio.
Entrevista por Hernán Rodríguez
Cuenca, 2018-04-11
Virgilio Octavio Quinde Tacuri, a sus 95 años es un artista polifacético: escultor, pintor, músico. Hijo de Simón Quinde y María Escolástica Tacuri. Son sus hermanos: Tomás, Gerardo, Rosario y Lucas. Nació en la parroquia Sinincay, Cuenca, el 14 de enero de 1923. Casado con Elsa Celestina Maza Pulla, con quién tuvo 8 hijos. Su taller se ubica en la calle Del Morocho, parroquia rural de Sinincay.
HR.- ¿Quién le enseñó el oficio de escultor?
VQ.- Pienso que nací con la vocación de artista. Con 6 años de edad ya me gustaba modelar en barro o ceraturo y dibujar las costumbres, el folklore, la gente que estaba arando, sembrando, cultivando terrenos, peleando, cantando, jugando. Dibujaba todo: aves, animales, paisajes, montañas. A los 12 años me gustó mucho la escultura. Mi padrastro Francisco Muñoz era amigo del maestro escultor Isaac Flores, de apodo “Maestro Ojón” porque tenía los ojos grandes. Le rogué a mi padrastro, que me lleve donde él, porque quería aprender escultura. A los 16 años me presentó a Isaac Flores y aprendí escultura. Por mi tendencia de ser demasiado enamorado, me fue difícil triunfar en la adolescencia. Tuve que luchar para aprender. A los 19 años fui al servicio militar. Los militares me trataron muy bien porque sabía teatro, guitarra y algunas otras cosas. Era muy querido. Salí de la instrucción militar como un hombre completo, listo para enfrentar la vida. Regresé a trabajar con Isaac Flores. Un maestro, Luis Nasipucha, quería un operario y pagaba bien. Me cambié donde él. Tenía su taller en San Roque. Allí me enamoré de una muchacha, Isabel Mora. Fue cuando me di cuenta que no tenía suficiente para formar un hogar. Para olvidarla regresé donde Isaac Flores. Trabajando de nuevo con él, apareció en el taller Emilio Lozano, profesor de la Academia de Bellas Artes Remigio Crespo Toral de la Universidad de Cuenca. Este le pidió al maestro Flores que inscriba a su hijo en la Academia para que se forme como un buen profesional. Escuché con atención y le pedí al Maestro Flores que me permita asistir con Florencio, su primer hijo, para aprender dibujo. Me dio su aprobación. Cuando volvió Emilio Lozano, 3 o 4 días después, Isaac Flores le dijo: “Virgilio también quiere aprender”. Lozano aceptó contestando “pero tiene que sacar pecho y tener un poco más de aliento”. Flores le cuenta que recién había aprobado el cuartel con el grado de sargento. “Mándale” responde. El maestro Flores me acompañó a mi ingreso a la Universidad. Y me olvidé de todo. Me enamoré del arte. Era un placer, un orgullo, ser artista. Incursioné en el dibujo a los 29 años me gradué. Estudié 7 años. Aprendí dibujo, pintura, escultura, composición. ¡Maravillas!. Me sentía una persona valiosa.
HR.- ¿Cuáles fueron las primeras obras como profesional de la escultura?.
VQ.- Temas religiosos, que eran muy apreciados por las personas. Abrí mi propio taller en la calle General Torres. Me fue muy bien. Tallaba niños primeo. Los ciudadanos y los turistas de Cuenca, Quito, Guayaquil y Loja, apenas empecé a tallar, me contrataron. Me hice de mucha fama. Hice una obra grande, una imagen ecuestre, de una altura de dos metros, para Sibambe. Todavía existe. San José Labrador, también de dos metros de alto, para Chilla. Un día llegó a visitarme en mi taller el alcalde Cordero Crespo, con un español, Manuel Mora Íñigo y otros señores, como unas 4 personas y me piden que haga un monumento a la chola cuencana. Con gusto acepté esa proposición, porque hacer una obra en piedra no era lo mismo que trabajar en madera. Manuel Mora Íñigo era un gran compositor, pero no tallaba piedra o madera, solo modelaba en barro maravillas. Resulta Fausto Culebras había diseñado el monumento y su maqueta se había extraviado. Me preguntaron: “¿usted puede hacer otra maqueta basada en el dibujo de Manuel Mora Íñigo y en qué tiempo?”. 15 días máximo. Regresaron en el plazo previsto y les gustó, hasta mucho mejor que la maqueta de Culebras. Me contrataron. Pero de la emoción y como no tenía experiencia, hicimos contrato solo de palabra. Mi amigo Severo Espinoza, tesorero de la Municipalidad de Cuenca, me preguntó el costo y yo pedí 3.000 sucres. Me ofrecieron pagar 2.500, pero solo de palabra. No sabía que debía existir un contrato. El bloque de granito estaba en el estadio. Manuel Mora Íñigo consideró que el espacio era muy estrecho y él tenía un local muy grande en la 9 de Octubre. Hicieron llegar el bloque al taller de Manuel Mora, un corredor bien grande con una muralla alta. Hicimos un andamio y comencé el trabajo con el operario, Manuel Tancredo Maza, mi cuñado. Acabé la obra a los tres meses. Quise cobrar y no pude; no había contrato por escrito. No me iban a pagar. Tres meses de trabajo y sin paga. Me encontré en la banca rota. Por suerte me llamó un amigo, Francisco Espinoza, de Riobamba. Siempre me enviaba trabajo a Cuenca, pero esta vez quería que me fuera a trabajar a Riobamba unos tres meses. Estando allá, leí en el periódico El Mercurio que en tal fecha se inauguraba el monumento a la chola cuencana, lo que me sorprendo. Regresé a Cuenca y hallé la obra colocada. Severo Espinoza, como era mi amigo, me ofreció arreglar todo para que me paguen. Al final pude cobrar lo que me debía la Municipalidad. Años después, el alcalde Fernando Cordero organiza una nueva ceremonia para develar el monumento, con mi presencia, para que se reconozca mi autoría. Con banda. Todo estaba listo para la reinauguración del monumento a la chola cuencana. Eran las 09:00 y asistía la banda de uno de los cuarteles de la Zona Militar. Pero entonces el señor Alejandro Vintimilla denuncia públicamente que la escultura no es de mi autoría sino de Fausto Culebras. Y todo quedó en suspenso. El siguiente alcalde, Marcelo Cabrera, nombró una comisión para dilucidar esta polémica. ¿Quién dice la verdad?, ¿quién miente?. Alejandro Vintimilla que la atribuye a Fausto Culebras o Virgilio Quinde. Se investigó a profundidad. Fausto Culebras murió en Semana Santa, aplastado por la mole de piedra para hacer la escultura, durante la maniobra para subirla a un carro de transporte. El carro rodó y la piedra cayó aplastando y matando a Culebras. Así fue. La Comisión investigó todos los datos y se acabó el problema. La estatua de la chola cuencana es de mi autoría y se dio tal y como lo he contado.
HR.- ¿Qué significado tiene para usted el arte?.
VQ.- Amo a Dios, a la Patria y al arte. Me gusta la revolución sana y con justicia. Esa es la manera. En eso vivo y así soy.
HR.- ¿Qué dificultades ha tenido que enfrentar como artista?
VQ.- Casi ninguna. Considero que por falta de experiencia algunas obras si me fallaron, pero no he tenido mayores dificultades. Todas mis obras han salido muy bien y tengo mucha historia.
HR.- ¿Se mantiene activo?
VQ.- Estoy en mi mejor etapa. Los artistas del mundo tenemos 7 hermanos: el dibujo, la pintura, la escultura, la arquitectura, la música, la danza y el teatro. Con esos 7 hermanos viví y vivo. Esos 7 hermanos, para que todo salga bien, tienen 3 reglas: la composición, la proporción y la expresión. Todas mis obras cumplen esas reglas.
HR.- ¿Han heredado sus hijos su amor por el arte?
VQ.- Patricio y Gustavo. Gustavo es un gran restaurador, de obras de porcelana, de hierro, de yeso, de madera, de toda clase. Patricio es graduado en restauración. Tiene muchas obras. Mis nietos. Damián Sinchi Quinde es un gran escultor abstracto, moderno. Jonathan Ortega, graduado en la Academia de Bellas Artes, es artista mural.
HR.- ¿Cómo es su proceso creativo?
VQ.- Para hacer cualquier obra primero pienso ¿qué es lo que voy a hacer?. Una vez resuelto mi pensamiento, en mi cerebro, voy a hacer esto... Por ejemplo, mi última obra se llama “Risa en el rosal”. Es una historia. Yo siempre me baso en lo que pasa en la vida, en lo que sigue pasando, en el presente, en lo que va a pasar en lo futuro. Todo esto lo pienso antes de ejecutar cualquier obra. Cuando tenía 31 años era soltero y no pensaba en matrimonio, vivía solamente enamorado del arte y nada más. Tenía una enamorada. Elsa Maza. Me convenció que debíamos casarnos y ciertamente era una que no la debía desperdiciar, porque con el tiempo me puede ir muy mal. Ella era una persona muy amorosa y le gustaba tener un jardín de flores. Por eso yo le compuse una canción que se llama “Besos de calor” y la última composición se llama “Risa en el rosal”. Ella está riendo junto a sus rosas. Esa es mi última obra. Ella riendo junto a sus rosas.
HR.- ¿Puede recitar alguna de sus canciones?
VQ.- “Besos de calor” se basa en la vida de ella. Porque en los días de fiesta, en los cumpleaños y muchas fechas, cantaba y bailaba. Le gustaba mucho el baile y sembrar flores. Por eso compuse “Besos de calor”, un sanjuanito. Con esa canción gané 400.000 sucres. Concursé en 1959 contra 32 músicos de toda la nación y gané. Mi segunda composición se llama “El chirote”, un sanjuanito. Mi tercera composición es “El aldeanito”, un huapango y la cuarta es una contradanza con estilo cachullapi.
HR.- ¿Recuerda una estrofa de “El chirote”?
VQ.- La música y la letra son una maravilla. Compuse “El chirote” porque mis padres eran sencillos. Sembraban un partidario de una cuadra que estaba al lado de las monjas, donde ahora es el Técnico Salesiano. El dueño era Antonio Valdivieso, un militar y como la calle era de piedra, difícil de caminar. Me llevaban para que pase en la cuadra, cargado en un canasto. Tenía 6 años. Un día, estaba con mi hermana y me dice, Virgilio voy a la casa para traer algo porque no tenemos que cocinar, darás viendo. Eran más o menos las nueve de la mañana. Me acompañaba un perrito que se llamaba Otelo, mientras rodeaba la cementera para cuidar los choclos. Al frente veo unos tres jóvenes y unas cuatro muchachas. Seguramente eran solteros, en una sola fiesta. Escucho que dicen, oigan para dar de comer a los animalitos iremos a coger unos choclos donde la vecina. Cuando me doy cuenta querían robar y como era niño pensé -me han de pegar si les mezquino, mejor vuelvo a casa-. Regresé después de media hora y habían robado 20 choclos. Estaban dando de comer a las vacas, a los animales, todos los brotes y los choclos los estaban guardando. De ahí nació el sanjuanito “El Chirote”:
La vaca está en la chacra,
vea vecino.
Y ellos están pensando
tener otro amor.
Y ahora están bailando
donde Don Manuel.
En la primavera,
abril, mayo y junio,
donde se producen
lindos choclos blancos.
Formando armonía
pasan todo el día,
el chirote silbando
y el mirlo contestando.
Mientras el follaje
cubre de verdor,
una linda guambra
goza de su amor.
HR.- ¿Dónde están sus esculturas, que ciudades, parroquias o comunidades?
VQ.- En Sibambe, Chilla, Loja, el Cuartel Jaramijó y una linda composición en Alemania. Vino un padre alemán, Enrique Rosner, a mi taller de Sinincay y me pidió que componga una imagen del Papa Santo de Roma halando una yunta. El adelante de la yunta, más atrás el arador, el campesino y más atrás una sembradora. Como a mí me gusta mucho la composición, hasta ahora tengo ese diseño, en mis dibujos. La compuse y a los 8 días tuve un bosquejo y el padre me contrató. Está linda, una maravilla y esa obra se fue a Alemania.
HR.- ¿Cómo inició su arte reciclado?.
VQ.- Me gusta mucho reciclar. Mi familia, mi esposa, todos me decían que estoy perdiendo el tiempo. Pero me gusta mucho, tengo unas tres obras grandes. Fuera de eso, reciclé algunas otras obras pequeñas, que están en Azogues. La última obra, como la edad me va dominando, es “Risa en el rosal”. Estoy pensando dibujar y tallar la Virgen del Perpetuo Socorro. Me gusta mucho porque es el original de Grecia. Ahí tengo mis dibujos que están de acabar. Se llama “En la soledad”.
HR.- ¿Qué instrumentos musicales toca?
VQ.- Me gusta la música desde pequeño. Cuando tenía 12 años iba a las fiestas de Navidad, a la Noche Buena de mi casa, cerca de la parroquia y me encuentro en una sala a dos maestros, el uno tocaba el bandolín, el redondo y la guitarra, Belisario Reinoso. Comenzó a tocar a las 8 de la noche y tanto me gustó, ya eran las 12 de la noche y para mí había pasado solo una hora. Mientras tanto ya eran las 12 de la noche. Tocaba pasillos. Me enamoré del bandolín. Mendigando, rogando, alcancé a conseguir un bandolín y comencé desde los 14 años a tocar. Me enseñó José Parra. Cuando tenía 20 años aprendí violín. Toqué violín, mandolín, guitarra, piano y ahora estoy aprendiendo arpa.
HR.- ¿Qué le motiva a continuar?
VQ.- Volver a tallar obras religiosas. Tallé obras mitológicas y otras profanas, el sistema planetario. Todas mis obras, de mi próxima exposición, casi todas significan los planetas. Voy a comenzar con obras religiosas, terminando los dibujos que tengo. Estoy a medio trabajo.
HR.- ¿Qué importancia tiene lo que usted hace?
VQ.- La importancia de mi obra parte del amor a nuestro Padre Dios, creador del universo; luego de crear el Universo arregló todo el sistema planetario, después dio al ser humano la vida, la sabiduría, para que seamos felices aquí en la Tierra, luego en la gloria. Ese es mi primer motivo. El segundo motivo es la Patria, me gusta la revolución sana y constructiva, me gusta mucho. Hice maravillas en el barrio. Mis compañeros, mis compatriotas, mis vecinos, conocen de mi obra y me agradecen mucho. La última obra que doné es el monumento al padre Carlos Crespi. A veces tengo la idea de ponerme a descansar, de irme por los campos a ver unos terrenos de la Cooperativa Agropecuaria Sinincay; irme a descansar allá.
HR.- ¿Cuál es la peor madera para tallar?
VQ.- El eucalipto no vale. El capulí muy poco. La acacia. Parece que uno está tallando en un hueso, es un color marfil, un gran material. Todas las obras que pienso hacer serán en acacia.
HR.- ¿Cuáles son sus herramientas?
VQ.- Tengo maravillas. Pero las personas, los renacientes, mis amigos, ya no utilizan estas herramientas, porque el arte de la escultura decayó bastante. Ahora todo se hace de fibra de vidrio y es barato. Se produce por docenas, por cientos, bien barato y son lindas obras. Pero son de fibra de vidrio, ya nadie manda a tallar en madera. Tengo bien guardadas excelentes herramientas, con las que hace unos cuarenta años atrás tallaba unas estatuas de 3 metros de altura, con gubias planas, gubias redondas y formones desde los 3 cm de ancho hasta casi los 10 cm. Estas herramientas han quedado para la historia.
HR.- ¿Dónde consiguió sus herramientas?
VQ.- Son extranjeras, Francia, Italia, algunas nacionales.
HR.- ¿Cuánto tiempo se demora en una escultura?
VQ.- El amor, el arte y la belleza no tienen precio ni plazo. Una imagen la puedo acabar en un mes, en un año o en 15 días, o no acabarla nunca, porque cuando uno está con ánimo y buen carácter hace rápido, pero cuando uno está con mal carácter ¡nunca!. Entonces no hay plazo para el arte. Lo mismo puedo cobrar por una escultura 200, 500 o 1.000 dólares o puedo regalarla. Entonces no hay plazo ni precio para el arte.
HR.- ¿Cómo afecta a la economía familiar este pensamiento?
VQ.- Se puede trabajar de alguna otra manera, por ejemplo en la agricultura, en negocios. Mi señora bordaba muy bien y con eso nos manteníamos. Porque el arte no es para ganar dinero, es contrario al dinero. Si pensamos ganar dinero con el arte, el arte sale mal. El arte es una cosa que no hay como comprar, debe ser arte por amor a la belleza y no arte por amor al dinero. No por el amor al dinero, ¡no!. Si uno contrata algunas obras, se puede contratar barato o caro o también se puede regalar. El arte es contrario del dinero. ¡Así es!.
HR.- ¿Con materiales le gusta más el policromado?
VQ.- El cedro era la mejor opción, pero cuando se pinta. El policromado hace unos 30 años atrás se arreglaba con el óleo que venía de España en tarros. Después vino el óxido de zinc, con el aceite de linaza. El aceite de linaza es la base para el óleo. Se preparaban los colores que uno necesitaba para la obra: blancos, trigueños, mulatos, negros, todos los colores a base de tierras. Pero ahora ya no se utilizan. En aquellos tiempos para pulir, para dar terminado el encarne, se pasaba la vejiga de borrego, ¡solo con vejiga de borrego!. Así hacían en esos tiempos los antiguos y yo también, hasta hace unos 30 años atrás. Con vejiga.
HR.- ¿Que conseguía con la vejiga del borrego?
VQ.- Pulir para que todo quede una maravilla. Quedaba bien pulido.
HR.- ¿Cómo si fuera porcelana?
VQ.- Sí, parecía todo natural. Pero resulta que ahora ya no se utiliza la vejiga, porque existe el aerógrafo y las máquinas lo hacen todo. Ni se conoce la vejiga de borrego.
HR.- ¿Describa la técnica de la vejiga de borrego?
VQ.- Había que meter la vejiga en la boca, se la impregnaba de saliva y con eso pulía. Con la saliva humana se pulía la obra, toda la cara, todo el encarne. Con la vejiga. Ahora ya no. Ni mis hijos, nadie. Mis hijos restauran y pintan, pero solo con aerógrafo. Todo es pura máquina.
HR.- ¿Cómo sabía cuándo frotar la escultura con la vejiga?
VQ.- Inmediatamente después de aplicar la pintura. Unos cinco minutos después ya estaba listo.
HR.- ¿No se pegaba la pintura en la vejiga?
VQ.- No, por eso había que aplicar saliva. No tenía que estar la vejiga seca. Algunas personas me advertían por qué tenía que estar metiendo la vejiga a la boca. Les daba recelo, dudas. Pero no daba resultado con agua. Solo con la saliva. ¡Así era!, no sé la saliva que tendrá. Con la saliva se pasaba, se mojaba y se pulía, brillaba. En la vejiga no quedaba nada de pintura. Nada. Limpio. Esa era una costumbre antigua.
HR.- ¿Dónde conseguía la vejiga?
VQ.- En la plaza, donde las que negociaban la carne de borrego y ellas ya sabían que la vejiga era vendible. La tenían lista. Pero ahora nadie compra. Ellas no saben lo que vale y para qué sirve.
HR.- ¿Compraba en piel y hacía la vejiga, la amarraba?
VQ.- Ellas me vendían. Llegaba al taller, lavaba bien, con jabones, para que no tenga mal olor y para el momento de pasarla hay que virarla. Acabado el proceso hay que volverla a su puesto para que no se ensucie. Es un proceso, una costumbre antigua.
HR.- ¿Cuánto tiempo duraba una vejiga?
VQ.- Depende, pero podía durar unos tres meses máximo. Ya no valía, se tiraba y se compraba otra vejiga.
HR.- ¿Y la cola para pegar?
VQ.- Era de res. Se preparaba. Venían como jabones, congelado. Se ponía en remojo, para el siguiente día se hervía y estaba lista para mezclar. Se ponía agua, para que no sea muy fuerte. Dependía como uno quería la cola, más suave, más dura. Así se preparaba la cola. Primero para la escultura se daba una mano de agua cola, después el temple, se lijaba y otra vez el agua cola y finalmente se pintaba. Entonces era un proceso: agua cola, temple y pintura.
HR.- ¿Cuáles eran los maestros artesanos de su época?
VQ.- José Miguel Vélez, yo no le conocí. Famoso en Cuenca, un artista muy delicado, muy fino, sobre todo en las imágenes de cristos, vírgenes y niños. Ahora valen mucho sus obras. Alvarado, que no tiene tanta fama. Pero en la familia Alvarado todos eran artistas: pianistas, sacerdotes, pintores. Uno de ellos fue mi profesor, Luis Pablo Alvarado.
HR.- ¿Luis Alvarado es el que firma su título?
VQ.- Sí, era el director de la Escuela de Bellas Artes. También había otro maestro escultor, Manuel Jesús Ayabaca, amante de la anatomía de los cristos. Se esmeraba en los cristos, pero en las vírgenes y los niños no era muy bueno. Había un maestro Chalco y el corregía las obras de Ayabaca. Un pasado que da que pensar. En ese tiempo, como yo trabajaba con el maestro español Manuel Mora Íñigo, un gran artista, hacía composición, pero no sabía tallar ni en madera, ni en piedra, solo modelaba y de ahí sacaba el molde. No conocía las herramientas de tallar, pero él tenía una herramienta que se llamaba puntómetro, que era como un compás que medía fondos, alturas, anchos, que indicaba la herramienta. Era como un compás, pero se llamaba puntómetro y todo lo hacía a base de esta. Él se había comprometido a tallar un Cristo para la Catedral Nueva. Hizo un modelo en barro de tamaño natural y de allí pasó a yeso y con el puntómetro me dio para que talle. Pero solo con el puntómetro que me avisaba el ancho, el alto, todo lo medía. Hice como él me había ordenado y se concluyó el Cristo. El señor Manuel Mora lo colocó en el altar de la Catedral Nueva. Los sacerdotes tenían que dar el visto bueno y no les gustó por algún motivo. El español Manuel Mora comenzó a sufrir y pensando que los sacerdotes no iban a recibir la obra, el Cristo. Un sacerdote Serrano llamó a Manuel Jesús Ayabaca, para ver si conviene o no conviene dejar el Cristo. Llega el maestro, medio afónico, lo ve bien. Manuel Mora le palmeaba para que apruebe el Cristo. Dice “oiga mejor entierre al Cristo”. A Manuel Mora casi le da un ataque viendo que no valía. Hubo que bajarlo y ahora está colocado en una capilla en Monay. Contrataron la obra de otro Cristo que llegó de España para la Catedral Nueva. Con Manuel Jesús Ayabaca no éramos ni amigos, ni enemigos. Vivíamos tranquilos. Cuando su hijo se graduó me llevaron de jurado, le puse sobresaliente. Se graduó de escultor. Le pregunté que madera es la más apropiada para la escultura. Él dijo el nogal y no era verdad, porque no sabía. Le pregunté sobre las proporciones, la composición y más o menos respondió. Pero como no soy egoísta le puse sobresaliente. Conocí a Isaac Flores, a Manuel Jesús Ayabaca y Alvarado, nadie más. Vicente Rodas fue anterior a mí, era más un fundidor, pero no sabía bien la proporción. Él tiene un monumento en los Tres Puentes, bien grande, pero como no entendía de proporción y composición puso la escultura muy baja y no se aprecia. Es una escultura con una cabeza enorme. El no entendía de composición, por eso está muy baja. Como tengo experiencia en composición y proporción, para donar el monumento al padre Carlos Crespi, primero hice un dibujo a escala.
HR.- ¿Cómo funciona la proporción?
VQ.- Todo tiene una medida, que es la cabeza. Se mide por cabezas. Una escultura promedio es preferible que tenga unas ocho cabezas y un poco más, antes que menos. Porque así se obtiene la esbeltez. Y así todo tiene proporción. El ancho es de dos cabezas, pero siempre que sea adulto, el niño una sola cabeza. Varía, no es lo mismo. En los niños hasta los 6 años debe tener 4 cabezas de largo y de ancho una sola cabeza. (HRG)
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