Julieta Zamora y la belleza del haiku: un camino de palabras.
Entrevista por Hernán Rodríguez
Julieta Zamora Donoso, escritora, poeta, participa en la exposición “Un camino de palabras” en la Biblioteca Víctor M. Albornoz del Museo Pumapungo. Madre de dos hijos y abuela de 4 nietos. Casada con el arquitecto Hans Ochoa Donoso. Graduada en la Universidad de Cuenca, entre las primeras promociones de la carrera de Trabajo Social. Durante dos años se desempeñó como directora provincial de cultura del Azuay y fue profesora de literatura y corrientes artísticas y literarias por 18 años en el Colegio Herlinda Toral. Sus publicaciones más destacadas son “Rubíes sobre nieve” y “Espejos de agua”, en las que escribe poesía breve y sobre todo usa la técnica del haiku de origen japonés. Se considera como una persona sensible, que disfruta mucho de la naturaleza.
HR.- ¿Quién es Julieta Zamora Donoso?, ¿cómo se define a sí misma?
JZD.- Autodefinirse es un poco complicado, porque uno tiene sus propios conceptos que no precisamente se manifiestan hacia afuera. La gente no percibe muchas cosas de nosotros, entonces una autodefinición precisa es complicada. Yo me autodefino como una persona sensible, disfruto mucho de la naturaleza. Cuando tengo que enfrentar nuevos retos en la vida soy bastante pragmática. Cuando debo cumplir retos en la vida me dedico, soy constante, trabajo bien. Soy una luchadora cuando tengo que lograr algo, me encamino en esa vía y voy directo. No siempre uno consigue todo lo que quiere, pero la verdad es que la vida me ha dado sorpresas muy lindas y también otras ingratas, que creo son inevitables mientras vivimos.
HR.- ¿Cómo es Julieta en su casa?
JZD.- Soy pacífica, tranquila, disfruto mucho de mi hogar, de mi familia. Con mis hijos compartimos todo tipo de cosas. Muchas veces cocinamos juntos, otras veces leemos el mismo libro, con mi esposo, con ellos. Pero cada uno en su hogar. Compartimos opiniones, criterios, a cerca de lo que vemos, películas. Yo creo que tengo un lindo hogar.
HR.- ¿Su poesía ha sido influenciada por el medio ambiente en el que se ubica su casa, por lo que ve, lo que siente, lo que respira?
JZD.- Claro que sí. Yo vivo en un sector muy lindo de Chaullabamba, aunque este momento se ha poblado bastante. Pero vivo allí ya 20 años y realmente percibo muchísimo de la naturaleza en todas sus formas: flores, árboles, nidos de las aves, abejas, golondrinas, todo lo que a mi alrededor está. Naturalmente eso inspira, aunque es una palabra típica muy pretenciosa que ni me gusta usar, por eso prefiero decir que el entorno me impresiona y me conmueve.
HR.- Esa conmovedora impresión usted la escribe y transforma en arte en su libro Espejos de Agua, se puede leer la influencia de ese ambiente natural en el que vive.
JZD.- Claro que sí, usted conoce de mi trayectoria y muchas veces ha tenido la fineza de publicar mi trabajo cuando laboraba en Diario El Mercurio, entonces realmente es verdad. Mi principal propósito en la literatura han sido los haikus y hacia allá me encaminé. Es una forma de escritura brevísima, muy favorable a mi manera de ser, de ver las cosas, porque con una pequeña descripción, en 17 sílabas, usted puede sellar lo que está sintiendo internamente o viendo. No es una definición formal, pero opino que el haiku es una especie de flash interior, porque usted al observar algo que le impresiona y le gusta, se enciende una luz, como la luz de un relámpago, como la luz de un rayo, que ilumina lo que uno tiene delante, aunque sea por un instante. Eso es para mí el haiku, que es en lo que me especializo, porque es una forma de escritura que conecta al poeta que escribe con el fenómeno que usted ve, lo que sea que esté delante suyo en la naturaleza.
HR.- ¿Quiénes son sus papás?
JZD.- Mi padre, el doctor Víctor Manuel Zamora Herrera y mamá Rebeca Donoso Montesinos.
HR.- ¿Cuál es el nombre de su esposo?
JZD.- Hans Ochoa Donoso, es mi pariente. No somos primos hermanos, pero es mi familia también.
HR.- ¿Cuáles son los nombres de sus hijos?
JZD.- Mis hijos se llaman Hans Ochoa Zamora y Francisco Ochoa Zamora, los dos son arquitectos como su papá. Los dos están casados, tenemos 4 nietos.
HR.- ¿Cuándo nació en usted su gusto por la literatura o desde cuando sintió las ganas por escribir?
JZD.- En mi familia no hay poetas, ni escritores, pero tuve la bendición de tener una madre autodidacta, que conocía muchísimo de literatura y de otras cosas. Ella, desde que yo era muy pequeña, me contaba de autores y sus poemas. Eso se me grabó, incluso el ritmo de la poesía desde guagua lo llevo adentro. No necesito contar sílabas o apegarme a la técnica, solo escribo y está bien. Pero es porque me formé así, mi mamá amaba mucho la poesía y me enseñó a recitar desde pequeña. En la escuela siempre me hacían recitar y en el colegio también mis amigas. Me sabía el poema “El seminarista de los ojos negros” de Ramos. Ya sabe usted, adolescentes, todo el tiempo hasta para perder clase me pedían “¡qué recite la Julieta!”. Y yo recitaba.
Siempre sola y triste, rezando y cociendo
una salmantina de rubio cabello
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.
Pero, no ve a todos ve solo a uno de ellos
su seminarista de los ojos negros.
Cada vez que pasa gallardo y esbelto
observa a la niña que pide aquel cuerpo.
En vez de sotana marciales arreos
cuando en ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego
parece decirle te quiero, te quiero.
Mamá me enseñó de la poesía de Becquer, “Las oscuras golondrinas”, “Qué es poesía”; me enseñó de Amado Nervo. Teníamos en mi casa una buena biblioteca y un disco de Enrique Rambal que recitaba “La amada inmóvil”, de Nervo.
¡Oh, vida mía, vida mía!,
agonicé con tu agonía
y con tu muerte me morí.
¡De tal manera te quería,
que estar sin ti es estar sin mí!
Faro de mi devoción,
perenne cual mi aflicción
es tu memoria bendita.
¡Dulce y santa lamparita
dentro de mi corazón!
Luz que alumbra mi pesar
desde que tú te partiste
y hasta el fin lo ha de alumbrar,
que si me dejaste triste,
triste me habrás de encontrar.
Me impresionó mucho ese poema, porque es muy triste, pero al mismo tiempo me gustaba mucho escucharlo. Con todos esos estímulos intelectuales fue naciendo en mí ese deseo de conocer, leer, escuchar y después por fin de escribir. En realidad, fue un estímulo enorme, porque contaba con una buena biblioteca en la que leí “El Conde de Montecristi” de Alejandro Dumas, pero a muy corta edad, tenía unos 13 años. Leí “La dama de las camelias” de Alexandre Dumas (hijo) y así tuve al alcance a autores interesantes en mi juventud. Además, mi hermano Iván, el mayor, porque soy la cuarta de 5 hermanos, era muy amigo y mi familia, de Alfonso Carrasco V., un cultor de la literatura, aunque era muy joven, leía mucho y admiraba al poeta brasileño Jorge Amado y además era de izquierda. El me prestó un libro de Máximo Gorki que se llama “La Madre” y de muy joven, a los 14 o 15 años, leí esa obra que era complicada. Así llegaban a mis manos libros de todo tipo, así también de poesía, que me traían fuera de los que tenía en casa un grupo de chicos que les interesaban estos temas y así fui avanzando en este gusto.
HR.- ¿Cuándo se decidió usted a publicar su primera obra?
JZD.- Yo escribía y guardaba desde muy joven. Tuve una vida complicada antes, en el sentido de que no tuve mucho espacio ni tiempo para dedicarme completamente a la literatura. En la etapa de mi adolescencia hasta que me casé, antes de los 18 años, leía y estaba muy cerca de la literatura, pero una vez que me casé ya fue otro mi rol. Ya no era solo yo, éramos una pareja, entonces al poco tiempo de casarnos mi esposo Hans obtuvo una beca para un masterado en Alemania y viajamos juntos, el dos años y yo un año y medio en Alemania. Allí cambió todo porque fue otra vida, una diferente, con muchísimas impresiones que me llenaron todo ese tiempo y hasta ahora recuerdo con gratitud la vida que pasamos, recorrimos muchas partes de Europa, pero en ese tiempo lo complicado era la comunicación, porque Hans viajó primero y no había teléfonos como los que hay ahora. Una conferencia hacia Alemania era sumamente cara, a veces imposible de conseguir y el correo era un caos. Era muy complicado. Ahora si usted va a Europa está más comunicado que en la ciudad en la que vive. No hay problema. Pero en ese tiempo no era así. Una vez que nos juntamos vivimos una vida preciosa, naturalmente con sus momentos de interrupción de la normalidad, cositas no mayores. Siempre estuvimos recorriendo Europa y conociendo museos de toda clase, los grandes y fabulosos o los más pequeños, admirando en cada museo obras originales importantísimas. Ahora en un tour le llevan y le muestran las cosas rapidísimo. En aquel tiempo los dos no teníamos los recursos para darnos una vida de lujos, fueron tiempos muy bonitos, de recién casados. Nunca nos afectó el hecho de no tener un montón de comodidades. Disfrutamos, siempre estuvimos en conciertos, teatros, óperas, que acá no se ven, ni siquiera se tiene mucha idea de lo que se trata. Me llené de muchas experiencias y eso influyó mucho en mi ser, porque recibí una buena cantidad de estímulos interesantes.
HR.- ¿Durante el tiempo que vivieron en Europa escribió algo y lo guardó?
JZD.- Regresamos y nos estabilizamos. Fue difícil al principio. Era bachiller, no había seguido ninguna especialidad. Ahí vino una etapa fuerte, porque empecé a trabajar en el Banco Ecuatoriano de la Vivienda (BEV) y tuve suerte, porque en ese entonces no había en Cuenca trabajadoras sociales graduadas y el director de Quito vino a visitar la oficina de Cuenca. Yo era secretaria de gerencia y me preguntó si quería ser la trabajadora social del Banco. Me sorprendí y le pregunté si se estaba burlando de mí porque no tenía ningún estudio sobre eso y me dijo, pero podemos hacer que usted estudie. Seguía sorprendida y realmente así fue, yo le respondí que trabajaba 8 horas en la oficina y la universidad es en el día. No se preocupe me respondió, le vamos a decir en este rato al gerente que le deje salir a clases y así fue durante 5 años hasta qué me gradué. Recibí mi licenciatura haciendo una tesis para el mismo Banco sobre necesidad de vivienda en Cuenca y todo perfecto, hasta obtuve la Medalla Benigno Malo, pero me costó mucho, porque primero tenía que atender el hogar, porque tenía a mi hijo chuiquito, de 5 años. Iba a clases desde las 7 hasta las 10 y desde las 4 hasta las 7 de la noche y lo demás era trabajo en la oficina. Logré graduarme, atendiendo, trabajo, universidad y casa. Pero lo logré. Tengo el título de trabajadora social. La vida ha sido sumamente generosa conmigo, me ha dado sorpresas muy lindas y de todo. Hubo momentos muy duros, pero se han superado.
HR.- ¿Cómo era Cuenca en el tiempo de sus estudios universitarios?
JZD.- Mucho más pequeña, ¡totalmente diferente!. En realidad, no hay punto de comparación con lo que es hoy. Por ejemplo, la misma profesión mía era a momentos dura, porque es una profesión muy humanista, se tratan solamente problemas de nuestra gente y no siempre hay como ayudar suficiente, la verdad es que sí, me ha gustado mi profesión y creo que lo he hecho bien.
HR.- Fue una de las primeras en abordar este tema…
JZD.- Sí, fui una de las primeras graduadas en la universidad en esta carrera. En la universidad en ese entonces había muy pocas mujeres, menos señoras. No había mujeres, porque no era lo usual, que estudiáramos y trabajáramos a la vez. Si era una situación bien especial y de alguna manera pionera. Así fue.
HR.- ¿Cuál fue su primera poesía publicada?
JZD.- Habían pasado unos 16 años, no es que yo comencé a escribir de inmediato, ya conté todo lo que me había pasado antes. Ya trabajaba unos 16 años en el Banco de la Vivienda y renuncié porque queríamos tener más familia, mi segundo hijo, tengo solo dos. Entre uno y otro hay una diferencia de 16 años. Para tener mi segundo niño renuncié al trabajo y me dediqué a otras cosas, ahí aprendí pintura con Eudoxia Estrella y me dediqué mucho más a la literatura. Me encontré con personas agradables, escritores. Escribía en mi casa de vez en cuando algunas cositas y nunca las mostraba a nadie, con excepción de mi marido, a Hans sí se las mostraba, pero eran escritos a los que no les daba mayor importancia. Fue cuando conocí a Isabel Moscoso Dávila, escritora y muy amiga de Rigoberto Cordero, que eran parte del Directorio del Departamento Cultural de la Cruz Roja. Entonces Isabel leyó mis poemas y dijo “esto no puede quedarse guardado”. Ellos publicaron mis escritos y realizaron todo el trabajo para publicar un pequeño librito de la colección “5 poemas”, así comencé, esa es mi primera obra. Fue algo muy pequeño, pero está muy expuesto lo que yo sentía, son poemas muy íntimos, un poema a mi hijo que lo tuve a los 16 años y cosas por el estilo, ese fue mi primer trabajo. Rigoberto Cordero generosamente trató muy bien a mi poesía. Así empecé a aparecer un poquito.
HR.- ¿Cómo se da su evolución hacia la poesía japonesa?
JZD.- Como ya le conté, cuando salí del trabajo entre a talleres de pintura y literatura con Sara Vanegas y Catalina Sojos. Sara era una profesional en la literatura y profesora en la universidad, capté mucho de lo que estaba pasando en la literatura y la tendencia era la poesía breve. Luego de los talleres con ellas, de leer e informarme, cambió totalmente mi estilo, mi método de escribir y me dediqué totalmente a la poesía breve. Sin excluir, cuando depende de la temática, de cómo me sienta, escribo poesía de 5 o 6 estrofas, pero normalmente en las publicaciones mías, la mitad de la poesía es corta, breve y la otra mitad ya es más larga.
HR.- Claro que sí, como en sus poemas dedicados a Cuenca o al Cajas o en qué es poesía…
JZD.- Sí, en esos poemas estoy otra vez con la tendencia a escribir un poco más largo, desarrollo un poco más, sin proponerme una métrica más estricta, como es el haiku que es mi especialidad. En los talleres de literatura conocí a muchos autores, sugeridos por Sara y Catalina, me gustó mucho ese sistema de escritura. Empecé a escribir los poemas para mi primer libro importante, que está prologado por Gustavo Vega y por Sara Vanegas, mi profesora, que se llama “Huellas”. Es una poesía más breve. Un poemita que recuerdo se llama “La Copa”:
Llenaré con luz de luna
la copa de la vida.
Y beberé un sorbo de hechizo
que embriague mis sentidos.
Es una escritura concentrada, pero también es intenso lo que se dice. Eso es lo simpático de una poesía breve, que es lacónica, no tanto como el haiku, son microgramas, pero dice bastante.
HR.- ¿Cuál es su proyecto para publicar una producción poética más extensa que usted ha escrito y que posiblemente está inédita?, más allá de “Rubíes sobre nieve” o “Espejos de agua” que son sus dos obras más importantes en clave de haiku.
JZD.- Publicar tiene sus impedimentos, porque uno necesita auspiciantes. No lo pretendo en este momento porque las instituciones culturales están caóticas, la mayoría, peor las públicas. Es complicado encontrar persona o institución que ha usted le quiera auspiciar, no las he buscado. Tengo una producción inédita que podría constituir un libro, tengo muchos escritos guardados y en algún momento me preguntaron si escribo para mí o para publicar, realmente escribo como una válvula de escape. Y depende de mi estado de ánimo y como venga. Poesía corta, poesía larga, temática diversa. En la poesía corta, especialmente en el haiku, usted tiene que referirse a la naturaleza necesariamente, porque esa es la regla de Matsuo Basho, el mentor de este estilo, que lo creó en 1640 (siglo XVII). Hace énfasis en que el haiku es una conexión directa entre el poeta y la naturaleza, sin intermediarios. Ese tipo de poesía es bastante explícita en “Espejos de agua”, aunque el libro tiene dos partes y la segunda parte es bastante existencial, sin embargo, si se refiere a la naturaleza. Por ejemplo:
Mujer, rara flor
pétalos de arcilla
y soplo de Dios
Al mencionar flor ya está haciendo de alguna manera un haiku. El que leo a continuación es menos concreto, es algo existencial, lo que los seres humanos vivimos diariamente:
La libertad
luz cegadora
encendida sobre la mar
Me refiero a las personas y a los individuos. Se vuelve una poesía más espiritual, yo soy espiritual, aunque no rezadora. Aquí otro que dice:
Congelada gota
en mi hoja de vida
tu presencia
Es intenso, realmente creo que si hay mensaje en lo que digo, a pesar de lo corto que es.
La esperanza
promesa alada
siempre en vuelo.
O esta otra:
Hermosos lagos
repetidos
tus ojos serenos.
O continuando con esta
He de volver
a tus orillas
a buscar mi otra mitad
La segunda parte de “Espejos de agua” es para transmitir pensamientos, sentimientos, emociones, que son muy humanos.
HR.- ¿Qué tan complicado es conseguir un auspicio?
JZD.- Es complicado, porque siempre hay trabas, sobre todo la cuestión monetaria que no es fácil. “Rubíes sobre nieve” me auspició la Ilustre Municipalidad de Cuenca y fue un compromiso total, no hice nada aparte de dar mi poesía, en la época de Jacky Verdugo como directora de cultura municipal, ellos hicieron todo. Tiene cosas muy bonitas sin que necesariamente sean haikus, pero también muy profundas con una gran acogida, con la prologación de Felipe Aguilar y Oswaldo Encalada y la presentación de Eliecér Cárdenas. He tenido suerte, porque quienes han prologado mis libros son personas importantes de nuestra literatura local y nacional. He tenido el apoyo incondicional de ellos. “Espejos de agua” fue presentado en Cuenca por Jorge Dávila, al quien le tengo una gratitud enorme porque me tomó a cargo. Cuando leyó mis primeros haikus en un concurso que hicieron la Universidad de Cuenca, la Casa la Cultura y la Alianza Francesa, del que gané el primer premio, Jorge se entusiasmó mucho e insistía en que tenía que seguir escribiendo. Le encantaban mis haikus. Luego escribí, reuní mis haikus para hacer un libro y Jorge Dávila hizo la presentación con María Augusta Moscoso en la Casa de la Cultura, cuando Efraín Jara era presidente, todo salió muy “lindo”. Jorge Dávila habló en unos términos muy “lindos”, una presentación preciosa, unos términos muy poéticos, porque dijo que le había inspirado una pintura de Jan Vermeer, famoso artista de los Países Bajos, que presenta a una bella dama, seleccionando perlas, mirando las mejores perlas, enhebrando collares y que él me identificaba con aquella dama, porque con mis haikus selecciono mucho para escribirlos, con un brillo especial. Esa metáfora de Jorge fue para mí muy linda e importante y su apoyo. “Espejos de agua” lancé también en Quito, con el honor de que haga la presentación Alicia Yánez Cossío; Abdón Ubidia y Lucrecia Maldonado hicieron la crítica, un honor total, una experiencia hermosísima. Hicieron brillar mi trabajo, con sala llena. Una experiencia única y muy grata. Me hice muy amiga de Alicia, me convertí en su amiga personal, una bella gente.
HR.- ¿Qué espera del futuro?
JZD.- No he dado todo. Tengo mucho todavía por expresar. Escribir es una terapia. Es una forma de equilibrarme entre las emociones gratas o ingratas, que todos tenemos o vivimos algún rato. Escribo para sentirme bien. Cuando expreso quedo aliviada. Cuando salen bien las cosas y las puedo expresar en una forma bella me quedo satisfecha. No puedo calificar lo que hago. Necesito que alguien me escuché. Tengo un esposo incondicional, que me apoya absolutamente, toda la vida, en todo lo que he emprendido, con optimismo. No solo diciendo está bien hazlo, sin preguntar para que me dé autorización, porque soy bastante independiente, sino porque me apoya. Cuando escribo me trae libros o cosas que me estimulen y me ayuden, me apoyen. Tengo que reconocer que él es una parte importantísima en mi vida.
Cuenca, lunes 20 de mayo de 2024.
Linda entrevista
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