Eudoxia Estrella: un encuentro con la síntesis de su vida.

 









Por Hernán Rodríguez Girón

SAN SEBASTIÁN, Cuenca (19/08/19).- Eudoxia Estrella de Larrazábal, acuarelista, 94 años (25/07/1925). Su casa patrimonial, un ícono de la ciudad, se ubica en el Parque de San Sebastián y por ella pasaron generaciones para recibir clases de dibujo y acuarela de la maestra. 

Desde el típico balcón de la casa se mira directamente la fachada del Museo de Arte Moderno, institución que ella dirigió por décadas y en la que gestó la Bienal Internacional de Pintura de Cuenca. El interior de su vivienda cuenta con un patio adornado de flores. En el tercer piso la buhardilla, que funciona como su estudio de pintura. La planta baja tiene una galería. La casa la heredó de su mamá, Eudoxia Ordóñez Zamora y afirma que en ella nació y en ella es su deseo morir. 

No se siente cómoda con la entrevista, no le gusta porque ya no escucha bien: “Ya soy una vieja decrépita”, se justifica. Transita por un corredor, luego la sala, el balcón y finalmente una pequeña biblioteca presidida por un retrato de Guillermo Larrazábal, su esposo. Todos los espacios están repletos de arte y objetos patrimoniales. Piensa donar parte de sus colecciones, pictórica y de arqueología, a alguna institución pública de cultura, que sea sensible a estos temas. Le acompañan en este micro mundo, su hijo Guillermo, el gato “Mishi” y el perro “Chico”. A las 16:00 de aquel lunes inicia la entrevista con motivo de la exposición de bocetos de Guillermo Larrazábal en el Museo Pumapungo;

¿Cómo es su vida ahora?

Ya a esta edad no oigo, no tengo mucho sentido de en qué día u hora estoy, si voy rápido o despacio. Ese es mi problema. No tengo audífonos. La vida mía es soledad, porque la muchacha se fue. Me dejó sola. Mi hijo trabaja y viene por la tarde. Vivo completamente sola y me acostumbré a estar así, sin hablar, sin nada. Las amigas, cuando ya uno es muy viejo, también se alejan. Yo no voy a los tés, los cafés, las pachangas, las cosas. Uno se queda muy atrás. No creo en una amistad profunda, no existe, siempre hay un porqué, no diré en el plano… bueno. Ahora por ejemplo, no tengo amigas que vengan a visitarme. El otro día vino Cecilia Tamariz, pero muy rápidamente. Aquí vivo sola con mi perro y mis tres gatos. El perro se llama “Chico” y uno de los gatos “Mishi”. 

¿Son una buena compañía sus mascotas?

Sí, porque te dan mucho y no piden nada. Son más racionales que los racionales. Ya le ven a uno de edad y no piden jugar, nada. Solo acompañan. El animal que de la casa, parece que se racionaliza y sabe cuándo es hora de acostarse, de comer, de acompañar. No se desprenden del amo, están al lado. Yo estoy aparentemente bien, porque siempre fui robusta. A los 94 años que me cargo no parezco tan ruca. Pero ya estoy al otro lado, aunque todavía no soy nada.

¿Quién fue su papá?

Alfonso Estrella Marchán. Poeta, literato, bohemio. Una persona con un sentido del humor extraordinario, nos hacía reír mucho.

¿Quién fue su mamá?

Eudoxia Ordóñez Zamora, hermana del Dr. Aurelio Ordóñez. Era una mujer muy sensible, humana. Le recuerdo mucho, porque no hubo nadie que le haya pedido algo sin que mi madre le atienda. Con mucho cariño además, porque eran personas de escasos recursos. Ella era una persona muy cristiana, católica, muy buena. Mi padre era un hombre muy inteligente, intelectual, bastante bohemio, toda su vida, desde muy joven y murió haciéndonos reír. El día que falleció le visitaban algunas personas. Yo estaba afuera con una pariente y se oían las risas de todos. Ese día hizo reír a las visitas, ¡una bulla!. A las 6 de la tarde se acostó a dormir y no despertó más. Una muerte muy tranquila.

¿Quién le inculcó el amor por el arte?

Mi padre, era artista. Un gran escritor, poeta, pero como músico tiene muchísimas composiciones que suyas, mazurcas, valses. Era un intelectual de primera, escribió teatro. Mi madre no fue escritora, pero amaba mucho la cultura, el arte, la literatura. Muy lectora y escribía unas dedicatorias, eran textos muy lindos a los sobrinos. En algunos libros escribió sus dedicatorias. Mi ambiente fue de ese tipo, con libros, con amigos de toda clase. Cuando era joven me gustaban mucho las fiestas, los bailes. Pero también me gustaba el arte, la pintura y un tiempo me dediqué mucho a ella. Pero poco a poco todo se va acabando, como se acaban el oído, la vista, todo. Por ejemplo, usted ahora le está haciendo una entrevista a una ex Eudoxia. 

¿Cuáles son sus recuerdos de la Escuela de Bellas Artes?

Allí debía estar yo 4 años. Entré muy joven. No pasé por la secundaria. De la escuela salí a los 12 años y entré a la Universidad, a Bellas Artes. Estuve 4 años. Pero dije que no quería que me gradúen, ni que me den títulos, ni nada, sino que me permitan estar 4 años más. Hice doble carrera porque allí quería pintar. En la casa, siendo tan grande, no tenía espacio, no había ese espacio agradable, con caballetes, con compañeros y compañeras y todos pintando. Ese ambiente era muy agradable para mí y pasé otros 4 años en la Escuela de Bellas Artes. No me acuerdo si me gradué o no. Ni me importaba, solo quería estar en la Escuela. A partir de allí seguí pintando, en la casa, algunas cosas y poco a poco se me ocurrió poner un espacio para los niños, para pintar con ellos. No le llamo academia porque no es eso, hasta la palabra me suena mal. Eran niños que venían a pintar. Esa es mi vida, en ese sentido, pintar y hacer pintar. 

¿Quiénes fueron sus maestros?

De quienes más recibí enseñanzas fue de Emilio Lozano, profesor de decoración, de Pablo Alvarado, profesor de figura humana y Toro Moreno director de la Escuela. El pasaba viendo todo, que hacían y no hacían los estudiantes, que estaba bien, que mal. Era una persona muy fina, agradable, exigente. Ellos me decían “Niña Eudoxia”. El señor Alvarado y el señor Lozano me pidieron que me gradúe y yo no quería, ni grado ni título. Solo quería pintar y bueno con 8 años en la Escuela me dijeron ¡hasta cuando!, ¡ya lárguese!… je, je, je, je. 

¿Qué recuerda del grupo de “La Escoba”?

En “La Escoba” salía mucho de la actividad cultural de Cuenca. “La Escoba” era un periódico que todo el mundo se arranchaba por comprar los domingos, porque allí salían los chistes de la ciudad. Paco Estrella, Efraín Jara y todos los intelectuales jóvenes de la época escribían allí. Nos hacían morir de la risa por los chistes medio malosos que hacían contra el público. 

¿Cómo llegó a su pasión por la acuarela?

Pues resulta que en la Escuela de Bellas Artes se pintaba con óleo, como lo máximo a lo que se podía aspirar, incluso para graduarse. Pero yo me dirigí hacia las clases del señor Lozano, que era un acuarelista clásico, muy apegado al detalle, a la forma, a la regla, el pincel fino para esto y el otro para esto otro. Entonces yo aprendí con él, dos etapas de acuarela y fue la técnica que más me gustó. Pero cambié el proceso. Lo que hacía es regar el agua, moverla e ir siguiendo la figura que quería pero con el agua. De allí salían formas, figuras, le que yo llamo la “acuarela movida” o la “casualidad dirigida”, casi sin pincel. El pincel servía para retoques, al último, pero dejaba el agua casi en mancha, no más. Esa fue la nueva técnica. Ahora ya no puedo hacerla, hasta con lentes no veo mucho. Hace muy poco subí a mi taller y quise hacer algo, pero ya no… ya no sale del alma esa cosa espontánea que tenía. Quería dibujar, pintar, pero ya no… se fue. Desgraciadamente, cuando uno llega a cierta edad, hay muchas que se van lentamente. Uno va quedando en síntesis de vida. Esa síntesis de vida es como “tragarse la vida”, tenerla adentro, bien apretada, esa vida activa que tuve. Pero esa vida interna que tengo es un poco de paz. Como que uno se traga todo y vive una vida agradable. No me reciento que soy vieja, que no veo, que tengo dentadura postiza, canas, todo eso… no. Todo me queda al alcance de vida y todo se acaba. Esta es mi vida, los libros, la música, ahora lo que hago es leer mucho, mucho. Sentada en una banca en la que me da el sol, con el perro al lado que me acompaña. Mi hijo Guillermo me atiende, es muy atento conmigo y todo eso. Me paso la vida tranquila, esperando que algún rato me vaya al otro lado. 

¿Cómo se hace presente el arte en los niños?

Los niños nacemos con eso. No hay necesidad de buscar en donde está el arte. Casi todos los niños entienden, son curiosos, cogen un carbón y pintan una pared blanca, que maravilla. Es el adulto, el papá, la mamá los que tuercen el proceso y allí… bueno. Todo niño, si le das un lápiz y un papel en blanco y le dices haz lo que tú quieras, no dirigiendo, no indicando, nada, lo que él tenga en la cabeza, es una maravilla. Ellos me han enseñado a mí a saber dejar en donde uno ha sentido más la línea y el dibujo. Ellos sienten eso. Por ejemplo, una niña un día pinta a la mamá en un círculo cruzado con equis, que representaba ponerle a la mamá encerrada en un alambre de púas. Le pregunto “¿qué es esto, explícame?”. Estaba castigando a la mamá porque algo no le había dado. “Ahora le he de tener allí encerrada”. Se desahoga con la mamá en el dibujo. Regresa al siguiente día y hace otro círculo, pero abierto, le dejó salir a la mamá. Hay que tener paciencia. Ser un poco niño para entender. Si a un niño le recriminas porque hacer un círculo sin usar compás o tal o cual herramienta y les dices “eso está mal hecho”, ahí se fregó el niño y su creatividad. El círculo puede estar mal hecho, pero lo que dibuja en el centro es lo que siente. Esas con los niños se vive y siente. Veo profesores que no hacen eso. Se sientan junto al niño para enlistar todo lo que está mal hecho “no has usado la regla, eso no es”. Pero el niño tiene que desahogarse con el dibujo, ya que tiene toda una vida para aprender a hacer bien el círculo. Yo viví esa vida con los niños, así aprendí a vivir con ellos. Son seres tan sensibles, en muchas ocasiones poco comprendidos y más bien a uno le enseñan a vivir. Yo soy muy niñera.

¿Cómo recuerda a Guillermo Larrazábal?

Ahí está (señalando un cuadro). Lo conocí cuando vinieron los españoles traídos por un sacerdote, para terminar los detalles de la Catedral. Unos para hacer las pechinas, otros para los dorados, puertas, en fin. Primero se fundó la Facultad de Filosofía de la Universidad de Cuenca y llegó Francisco Álvarez, su creador. Con él arribaron a Cuenca tres españoles y por intermedio de estos primeros españoles, la Facultad de Filosofía recomendó los nombres de otros, porque había la necesidad de contratarlos para terminar la construcción de la Catedral. Con ese segundo grupo llegó Guillermo y así lo conocí, de casualidad. Un día, Paco Álvarez, que era profesor de la Facultad de Filosofía, me preguntó si quería conocer al grupo de españoles recién llegados y acepté, dije “vamos”. Me presentaron a Larrazábal, Rivas y otro más. Eran tan bulliciosos, gritones, simpáticos. Aquí nosotros somos tan calladitos, modestos, no queremos molestar a nadie. Ellos en cambio eran un bullón, me hice amiga y conocí a Guillermo, un hombre muy fino, agradable, pero era casado. Nos enamoramos, mal hecho, muy mal hecho, pero así pasó. Vino la esposa. Desgraciadamente no había divorcio, en Ecuador sí, pero en España no. La cosa resultaba problemática, es decir, solamente por el nombre, divorcio, el acto llegaba a ser igual, pero no socialmente. La sociedad castiga, a pesar de que resultan igual las cosas, con el visto bueno o sin el visto bueno  de ella. Cuando es de una manera está mal y está mal. Yo tuve la mala suerte, diremos, que me gustó Guillermo y yo le gusté a él. Allí pasó todo un lío en Cuenca, ¡huy! la Eudoxia Estrella. Era el fin de la Estrella (risa). Me pareció un hombre extraordinariamente fino, de una delicadeza, de gran cultura. Un artista de una sensibilidad y esa empatía hizo que le coja un afecto muy grande. Así empezó nuestra relación, que fue muy difícil en Cuenca. Después nuestra relación se fue haciendo más profunda y no nos importó el divorcio. El acto estaba mal, de una manera o de otra. Con divorcio o sin divorcio, mal, mal… porque se separó de su esposa. Tuvimos una relación muy larga hasta que murió y allí está. 

¿Cómo asumió la Bienal de Cuenca?

Cuando estaba de directora en el Museo de Arte Moderno. He sido muy vital y veía una situación cultural que estaba como aplastada, aplanada, no había movimiento, ni interés, ni nada, me molestaba. El Museo estaba seco. Cuando me enteré de la Bienal de Quito, me fui para allá a ver, a Guayasamín y a todos los grandes artistas. Pero la Bienal de Quito quedó una exposición y se acabó. Esa experiencia quedó grabada en mi cabeza y cuando algo se mete en mi cabeza soy muy tozuda: me dije yo voy a hacer una Bienal. Analizando el fracaso de Quito, porque no tuvo continuidad, qué pasó, haciendo un balance, me propuse hacer la Bienal en Cuenca, con todo el susto de fallar. Organicé la primera y fue un éxito, aun cuando lo tenga que decir yo mismo. Un gentío, vinieron artistas de todas partes. La segunda ya decayó un poco, no fue tanto. Para la tercera yo ya no estaba, era solo la directora del Museo. Dejé que la Bienal la hagan otros y vino a decaer. No es porque yo lo diga, sino que así sucede hasta ahora. La Bienal de Cuenca ya no es lo que se esperaba. Así es mi vida. Me están haciendo hablar de mí mismo, algo que no me gusta. 

¿Cómo era el aspecto solidario de su esposo?

Era más grande que el artista. No pasaba ningún ser humano que lo necesitara sin que él le brinde, aunque solo sea amistad. Era un ser muy especial, muy preocupado de las otras personas. Por ejemplo, llegaron unos chicos a Cuenca, no tenían plata y eran hechos los artistas… hechos porque no eran nada. Guillermo un día viene y me dice, hay unos chicos que son artistas no sé de dónde y creo que les debemos dar un espacio en la casa, para que estén algunos días aquí, dos o tres. Se hicieron amigos de Guillermo y se fregó todo. Estos señores se instalaron un mes. No eran nada, ni artistas, ni nada. Ya me están haciendo hablar mucho. Así fue.

¿Cuál era la técnica de Guillermo Larrazábal para el vitral?

El vidrio doblado, es decir jugaba con los colores como si los estuviera mezclando con agua, pero eran dos tonos de vidrio para conseguir el color que él quería en el vitral. Jugaba con el color, era pintor. Para conseguirlos doblaba el vidrio. Muchas veces era un doble vitral. Los vitrales de Guillermo son muy lindos. Tenemos uno en la entrada de la casa y otro en la sala. Unos pequeños. Un día tocaba una música en el piano y me dice “¿qué estás tocando?” y le respondo “una canción del pueblo”, que decía así:

Huashca de Corales

Hay ñuka en la plaza,

mi chicha vendiendo.

Hay ñuka en la plaza,

mi chicha vendiendo.

Longo ka queriendo,

longo ka queriendo,

conmigo casar (bis)


Hay longo de los diablos

no me has de engañar.

Hay longo de los diablos

no me has de engañar.

Porque casarando,

porque casarando,

puñete has de dar.


¡Así longuito!.


Hay no es así longuita,

no es así mi amor (bis).

Porque casarando,

zapatos de soga,

huashca de corales,

muchita con lengua.

¡Todito he de dar!.


Hay si es así loguito casemos nomás.

Hay si es así loguito casemos nomás.

Donde taita cura,

donde taita cura,

mos de ir a casar (bis)

Le gustó la música e hizo un vitral, el de la entrada de la casa que se llama “Longo de los diablos no me has de engañar, porque cazarando puñete has de dar”. A él le gustaban todas esas cosas que son de nuestro entorno. Así la vida, ya estoy tan vieja, más de 90 años. Ya no estoy tan fuerte. No tengo rabia. Soy pacífica. Han sabido ser pacíficos los viejos. 

¿Cuáles son sus recuerdos del Museo de Arte Moderno?.

Eso está tan lejos. Yo fui la fundadora. Nombramiento de Hernán Crespo.  Él me dijo, “tú has de poder sacar adelante el Museo”. “Yo no quiero, no sé cómo voy a hacer eso” y no quería aceptar. “¿Cómo comienzo?, ¿qué hago?, ¿cómo hago?, ¿quién me ayuda?”. Hernán Crespo estaba en Quito como director de los museos del Banco Central, me aseguró que conseguiría que me nombren. “Para que tú cojas el Museo y lo lleves adelante. Sé que vas a poder”. Y me nombró directora del Museo de Arte Moderno, pero en esa forma, “voy a hacer que te nombren. Sé que tú vas a poder”. Y sí he podido. El Museo tuvo una etapa muy brillante. Sigue siendo un gran espacio cultural. Es una parte que llevo en el alma para irme al otro lado, que se pudo hacer el Museo de Arte Moderno y es un espacio que tiene su prestigio.

¿Está preocupada por cómo le van a recordar?

¿A mí?. ¡Nooooo!. Que me va a preocupar ya muerta. Nada. Me han de enterrar por allí y se acaba todo. No pienso mucho en la “otra vida”, ¡qué voy a estar pensando!, ¡en que qué quedamos!, ¡todo se queda y se acaba!. 

¿No tiene ansias de inmortalidad?

No. ¡Eso sería horrible, horrible!… Nunca he tenido, nunca hice nada para que me reconozcan. Por eso, cuando me han insultado y sí me han insultado bien, me han dicho horrores, no me ha llegado ni a la punta del pie. Porque que cómo no lo hice con la motivación de ser reconocida, ningún insulto me llega. Veía unos periódicos viejos, me habían sacado horrores, insultos, por organizar la Bienal. 

¿Cómo se ve ahora?

Como que todavía puedo hacer algo más, pero estoy muy vieja. Con las facultades que Dios me dio quizá hice poco, pero cumplí con lo que tenía que cumplir.

 Su último discurso

Palabras Eudoxia Estrella al recibir el homenaje de la XIV Bienal de Cuenca a su trayectoria en el Teatro Pumapungo, el 23 de noviembre de 2018:

“El ser humano, por naturaleza, necesita expresarse de alguna manera. El arte es una de las distintas manifestaciones que ha cumplido con esta necesidad humana. El niño es el comienzo del hombre y nosotros somos el resultado de esa niñez. 

Es por ello que, en el campo educativo, creo que se le debe guiar al niño por el camino de distintas expresiones artísticas, por varias razones. Una de las principales es el desahogo psicológico que el ser humano necesita desde sus primeros años de vida. 

Segundo, que al integrarse el ser humano al campo estético, está desarrollando sensibilidad artística, humana y social, como una formación integral del hombre. El niño tiene un mundo interior profundo, mágico y natural y por medio del arte podemos conservar ese mundo. Estaremos reforzando una personalidad fuerte, profunda y auténtica para el hombre y el artista”.


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