Marcuse y Sánchez: de la nueva izquierda a los mitos de la postmodernidad

 

Por Hernán Rodríguez

No existe profesión que esté más cargada de mitos y de estereotipos (esa manía de los medios de reducir la realidad a pedacitos), de medias verdades, que el ejercicio del periodismo.

Empezando por la constatación de que no existe o no se percibe algo así como el ser del periodista, a pesar de que en palabras liberales este trabajo se daría en el ámbito de la “Libertad de Expresión”, ese mercado libre de las ideas en el que es posible decir todo, por más agrio que sea, perfeccionado por la certeza de la información como mercancía.

Trataremos de integrar la perspectiva del mito, entendido como “el tipo de discurso, de naturaleza ideológica, que muestra lo mismo que oculta”, concepto presente en el trabajo de Enrique Sánchez Ruiz (La política en las categorías de análisis: Mitos y realidades sobre la globalización, la integración y las identidades, 2005) y la “La crítica de la cultura y de la sociedad existente 1933-1938”, el análisis del pensamiento de Marcuse que realiza Gian Enrico Rusconi, constatando que entre los dos planteamientos, el de Marcurse y el de Sánchez mediarían aproximadamente 60 años.

Sin embargo, se da la sensación de que planteamientos como la búsqueda de la libertad, de la felicidad, el imperativo de la democracia, del bien común, son recurrentes, surgen como preocupaciones permanentes del espíritu humano, a pesar de todas las inyecciones intelectuales que la sociedad capitalista inocula para que pasemos la mayor parte del tiempo dormidos, acomodados, en una posición que es injusta incluso para la satisfacción de nuestras propias necesidades.

En el caso particular de Cuenca, pudimos ver por televisión, en su exhibición estereotipada en vivo y en directo, la caída del muro de Berlín. Luego comenzó a funcionar el mito fukuyamista (a pesar de que nunca lo habíamos leído), de que la utopía ya no era posible, que no se debía pensar más, ni complicarse la vida, que había que acomodarse al triunfo final del mercado.

El 11-S, el 11-M, los atentados en Londres y Bali, la Guerra de Irak y la invasión de Afganistán, como una sonora bofetada establecieron que la historia no se acaba, que su continuidad sigue. Que la hegemonía no es posible sin que haya una respuesta, aunque esta sea patológica: el terrorismo de redes.

Marcuse nos devuelve al hecho de que es preferible una “fantasía utópica”, una cultura no afirmativa y revolucionaria, en la búsqueda de la felicidad, que un mundo enorme transformado en una institución de “cultura popular”, homogenizado, globalizado diríamos hoy haciendo caso al mito.

Sanchéz afirma que: “El papel que puedan seguir jugando los medios de difusión en la consolidación de la democracia también depende de los puntos de vista de los que se parta, que suele por necesidad favorecer a ciertos intereses: los de quienes ya detentan el poder mediático de manera altamente concentrada”.

Y agrega: “Hay intereses detrás de los puntos de vista, implicaciones y consecuencias políticas. Entonces, yo creo que vale la pena repensar si seguimos guiándonos, tanto en la labor de investigación, como en el discurso sobre los medios, las culturas, las identidades, la globalización, etc, por las medias verdades que favorecen a los intereses privados de las grandes corporaciones de la industria cultural, o por los de la población mayoritaria de nuestros países y sus culturas. Es una apuesta por una verdadera diversidad cultural o por el mono-culturalismo de que hablamos antes”.

Una verdad a medias es la libertad de expresión burguesa, que sigue jugando como motivo principal en la defensa de una supuesta acción de los medios a favor de la democracia, que desembocan en posiciones irracionales y fascistoides, representadas por supuestos líderes de opinión, que todo los saben, todo lo conducen, todo lo direccionan, coristas de prensa, radio y televisión que se creen dueños de la verdad.

Según la interpretación que Rusconi hace de Marcuse: “esta privatización de la razón es la que marca el paso al irracionalismo. Ante la frustrada realización de la coincidencia de intereses egoístas y colectivos, ante la explosión de imprevistos conflictos sociales, la razón liberal recurre a justificaciones irracionalistas. La figura carismaticoautoritaria del Führer está implícita en la exaltación liberalburguesa del genial hombre de acción, del cabecilla nato”.

Estos supuestos líderes de opinión o “cabecillas natos” son por naturaleza autoritarios y su papel es difundir medias verdades, mitos, para favorecer intereses privados, aunque la mayor parte del tiempo intenten esconder esa posición bajo el ropaje del interés colectivo, como podría ser la defensa de la libertad de expresión.

Adueñarse de un pedazo de verdad y creer que se tiene la verdad, es el complemento de la generalización. Sánchez, al explicar la función del mito, afirma “el mecanismo argumentativo de este tipo de relato consiste en poner énfasis en un aspecto, o dimensión, del fenómeno o proceso al que se hace referencia, y soslayar que puede haber, o que de hecho hay, otras dimensiones, puntos de vista u otros factores que lo constituyen” y completa que la tendencia a tomar el fragmento por el todo halla su pareja en la tendencia “a universalizar, o a generarlizar sin que necesariamente haya sustento lógico o empírico”. ¿No vemos, escuchamos o leemos, todos los días tendencias de esta naturaleza en los medios locales, ya sea por pereza o por falta de honestidad intelectual?. Pero, ¿qué se puede esperar de un rústico (insensible) que se autoerige como formador o líder de opinión?.

Desde el punto de vista deontológico del periodismo, se da por entendida  que la mayor dignidad de esta profesión es que elabora conocimiento a través de la información, facilitando la libertad de los individuos -no hay hombres libres en la ignorancia, instrumento para sojuzgar a comunidades-. Se supone también que las sociedades actúan libres en base al conocimiento que obtienen de los medios, sin embargo no está ausente la ambivalencia, los medios pueden generar libertad y también contribuir a consolidar la ignorancia, a través de la manipulación del poder. Un factor que habría que analizar es sí la sobreabundancia de información, la opulencia informativa que hoy vivimos, es un factor de la libertad o de la esclavitud del hombre, del ser local.

Rusconi, releyendo a Marcurse, plantea en estos términos el dilema: “La libertad de conocimiento forma parte de la libertad real. En el momento mismo en que el conocimiento de la verdad no vaya acompañado del conocimiento de la miseria, injusticia, culpa, entonces y solo entonces conocimiento y placer coincidirán. Cuando técnica, ciencia y arte dejen de estar sometidos a la infelicidad del proceso constrictivo de la producción, de la racionalización, interiorización y sublimación, entonces el espíritu significará felicidad”. ¿No es la manera actual de presentar la información, su espectacularización, lo que nos vuelve insensibles a la solidaridad y se opone a nuestra felicidad?.

Sánchez al establecer el perfil de la “cultura populista” que conduce al monoculturalismo y Marcuse, al denunciar los peligros de la “cultura popular”, coinciden en señalar otro mito de los medios, que estos estarían dando al público lo que quiere y poniendo al alcance de las grandes masas la cultura, sin ningún tipo de riesgos. Es lugar común de las salas de redacción de prensa, radio y televisión locales, el afirmar que le dan al público lo que este quiere, que se rinden ante los deseos y el gusto del público. Marcuse es muy radical en su propuesta de utopía, señalada más arriba, hacia la construcción de una cultura no afirmativa. Hace añicos ese “gusto del público” del que hoy dicen depender los medios: “la utopía de una cultura no afirmativa está cargada de necesidades e historias: es un baile sobre el volcán, una risa en el llanto, un juego con la muerte; exige una total y consciente iniciativa revolucionaria. La falta de felicidad no es un hecho metafísico sino el resultado de una irracional organización social. Su desaparición con la eliminación de la cultura afirmativa no eliminará la individualidad, permitirá que se realice. Y cuando hayamos conseguido por fin la felicidad podremos aspirar nada menos que a la cultura”.

Un llamado a eliminar esta cultura afirmativa que depende del gusto del público para funcionar, que es causa de infelicidad, del aburrimiento. Alguien afirma por ahí que el aburrimiento provocado por la red de los multimedia, podría finalmente ser el motor para la subversión, para el cambio revolucionario.

Sobre los famosos estudios culturales Sánchez advierte que “los medios resultaron entonces “hermanitas de la caridad”. ¡Ah! Tenían razón los dueños y operadores de medios y los publicistas: ellos siempre dieron al público única y solamente lo que el público, activamente, pedía, ni más ni menos. En caso contrario de todos modos la audiencia tomaba de los mensajes mediáticos lo que finalmente quería. Los medios de difusión masiva, entonces, en realidad no afectaban a sus audiencias, cuyas identidades eran múltiples, cuyas culturas eran creativas y contestatarias. Entonces, todos los miles y miles de dólares que se gastan en publicidad transnacional en el mundo, ¿son absurdos e inútiles, un desperdicio?. Pues parece que sí, según el mito populista de las audiencias impermeables”.

Ahí radica la peligrosidad de los mitos, de las modas intelectuales, de los estereotipos. El recurso del “cliché”, en apariencia ingenuo, sirve para la defensa de intereses muy particulares, que nada tienen que ver con el interés común, como aquello de dar al público lo que este pide. El factor humano detrás del medio se volvió incapaz de interpretar al mundo, avasallado por la globalización.

Sánchez advierte o se da cuenta, citando a Bordieu y Wacquant, que los lugares comunes a los que son tan afectos periodistas y medios, “están presentes en todas partes y al mismo tiempo”, son aquello con lo que se argumenta pero sobre lo cual no se argumenta, son presupuestos de la discusión que no se discuten. La Libertad de Expresión está entre esos lugares comunes, o mejor dicho la “Libertad de Empresa”.

Volviendo al problema de la libertad, Marcuse apunta “que el verdadero interés del individuo es el interés de la libertad, que la verdadera libertad individual puede coexistir con la verdadera libertad universal –y solo con ella es posible…”. A esto se contrapone “el placer de la humillación propia y ajena bajo la voluntad del más fuerte, el placer de los sustitutivos de la felicidad, el sacrificio sin finalidad, el heroísmo”, que son “placeres falsos, porque las necesidades que con ellos se satisfacen hacen a los hombres, menos libres, más ciegos y miserables de lo que ya son. Son los placeres impuestos por una sociedad represiva”.

Volviendo al planteamiento inicial de Sánchez, en relación con Marcuse, llegamos a la conclusión de que mitos, modas, lugares comunes, estereotipos son un obstáculo a la verdadera libertad del hombre. La fe ciega en el progreso infinito de la sociedad de la información nos está conduciendo a más errores que aciertos. Reafirmamos la propuesta central de que las verdades a medias solo favorecen intereses privados y no a la población mayoritaria. El informe McBride está vigente hoy más que nunca. Valgan estas cantinfleadas intelectuales, en nuestro proceso personal por adquirir una conciencia más crítica, hacia el cambio de cultura en los medios.


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